
Hoy le toca el turno al dramaturgo Juanma Soriano. Por anteriores apuntes, ya sabéis que el texto que utilizamos de germen del debate fue una reflexión sobre la presencia del autor de Roberto Cossa, como siempre os la dejamos en este enlace: pinchar aquí.

Dos reflexiones a partir de un mismo texto.
Reflexión 1.
¿Estamos ante una cuestión de ego? ¿De reclamar para nosotros la autoría exclusiva de la obra? ¿Pero quién es el autor de una obra de teatro? ¿Quién puede tener el orgullo de declararse creador único en una obra colectiva como lo es, en la mayoría de los casos, una representación teatral? El dramaturgo ha creado la historia, sí, pero hay decenas, miles, infinitas maneras de contar esa misma historia, incluso antes de empezar a golpear el teclado o hacer garabatos en una libreta. La propia escritura ya es una decisión que marcará el destino de la historia. Tomar la decisión de que sea teatro y no cine o radio o cómic o una escultura o un vídeojuego. Pero hemos decidido que sea teatro y todavía quedan por delante muchas decisiones. Hay que decidir el cómo se cuenta, cómo se pone en escena, cómo se construye cada personaje, cómo se viste, qué música se escucha durante la representación, qué hay en las luces y en las sombras del escenario. Detrás de cada una de esas decisiones hay un profesional, un artista, que crea, a su vez, esa pieza de la historia y que es también autor de lo que el público percibe. Decisiones que se toman incluso entre cada representación, haciendo que nunca sea la misma obra.
Son tantas las personas que han tomado decisiones que han hecho que esa historia sea esa historia precisamente esa y no otra, que el hecho de pensar que una sola de ellas pueda creerse único autor o autora de la misma, puede parecer soberbio.
Y, sin embargo, el dramaturgo -la dramaturga- siempre podrá sentirse orgulloso de ser el origen de la historia, el primero de los autores de la misma. Aunque, en mi opinión, no sea el único y, precisamente, esa creación colectiva es lo que hace que el teatro sea maravilloso para un escritor: ver cómo tanta gente enriquece la historia que él quería contar y que, a veces, llega a lugares que no imaginaba.
Por lo menos a mí me encanta eso y, creo, que es una de las razones de que ahora las historias me vengan a la cabeza como teatro y no como cuentos o poemas (en realidad hay miles de razones pero esas las dejaremos para otro encuentro).
Reflexión 2.
Esta reflexión es sucia y cochinamente mercantil y capitalista. Porque nos guste más o menos, vivimos en una sociedad cochinamente capitalista y nuestro valor depende del dinero que seamos capaces de generar. Si los dramaturgos no vendemos, si no generamos dinero, se nos aparta. Se reduce nuestra presencia de los carteles en favor de los directores de escena, de los actores (por supuesto ellos son las estrellas) o de la propia compañía, cuya trayectoria es la que valoran los pocos espectadores fieles del teatro (que a otros, desgraciadamente, es muy difícil llegar). A ellos es a los que vendemos y, por supuesto, el dramaturgo -salvo en contadas excepciones- tampoco vende mucho. Aunque, en realidad, eso de vender… en teatro no lo hacemos mucho, que ya estamos bastante alejados del gran público. Por eso, más que preocuparnos de ser reconocidos como los creadores de la historia, deberíamos preocuparnos de atraer al público a las salas, aunque ese sería otro debate u otra pregunta que hacernos: ¿Por qué, en una sociedad en la que todo se vende para que puedan comprarte, la partida de publicidad suele ser la más reducida -cuando existe- en el presupuesto de cualquier espectáculo? ¿Por qué las compañías están más interesadas en gastar la pasta en producir una obra que en conseguir que la gente vaya a verla? Porque nuestra competencia real, nuestros enemigos, no son otros espectáculos teatrales. Nuestros enemigos son la Champions League, Marvel o el último restaurante de moda que han inaugurado en la ciudad y ellos sí que invierten millones o miles de euros en publicidad para robarnos nuestro público y el dinero de sus entradas, porque lo que realmente queremos es el dinero de las entradas, que ya dije que esta segunda reflexión era cochinamente capitalista.